TEXTO: SUSI PIÑEIRO-
Hijo, nieto y hermano de tres amantes de la música. Una pieza más de este hobby generacional. Para él, “un gusto”.
Alberto Míguez conoce la Tierra desde otra perspectiva: desde los ojos de un músico. También desde su corazón y sus oídos: “Cuando escucho una obra no puedo evitar pensar en su técnica y en qué se inspirarán para interpretarla; pero también en como lo haría yo en su lugar”.
Sin buscarlo encontró el ritmo en una afición, de la que dice que le aporta un punto de vista diferente, pero sobretodo entretenimiento. Cuenta que no es solo música, también es “tocar en conciertos, conocer, gente, viajar…” y crear un mundo sonoro basado en el orden, donde todo encaja, “que me hace sentir bien, me relaja, me obliga a estar concentrado y me transporta del mundo real a la propia imaginación del compositor. Es la mejor evasión del mundo”.
Alberto tiene ahora 26 años y empezó a tocar el clarinete con 12 y nunca lo dejó. Ni siquiera después de empezar la carrera de ingeniería industrial y tampoco cuando la acabó y empezó a trabajar. “Tal vez no me gusta tanto como me puede gustar mi trabajo y otras aficiones que tengo, pero es una parte importante en mi vida, algo a lo que le dedico mucho tiempo. Tal vez menos del que me gustaría”. Para él, con trabajo duro se puede llegar a cualquier sitio y esa es solo una de las características de un músico, “también se tienen que ser insistentes y armarse de mucha paciencia”.
En su círculo de amigos nadie, salvo los músicos que conoce, escucha música clásica. “Supongo que hay que apreciarla y para eso hay que estudiar un poco. No digo que el resto no sepa apreciarla, pero tal vez por el hecho de haberla estudiado sí que la valoramos más”. Pero tiene claro que la afirmación a la que se aferran muchos jóvenes de que lo la escuchan porque no la entienden es una tontería. “La música no necesitas entenderla, solo escucharla y dejarte llevar. No es un problema de matemáticas que tengas que entender. Simplemente, déjate llevar”.
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